Aguado Portillo, Sebastián

Los datos biográficos y artísticos que ofrecemos están transcritos de la obra “Las Bellas Artes Plásticas en Sevilla”, de José Cascales Muñoz. Toledo, 1929. Páginas 132-135.

Sebastián Aguado, ilustre artista que hizo renacer a principios del siglo XX la completamente muerta y desde hacía muchos años olvidada cerámica toledana, se inició en la técnica artística en los alfares trianeros como Enrique Guijo, el promotor del resurgimiento de la también extinguida loza talaverana, por lo que también puede decirse que al simpático barrio de al otro lado del río de la Ciudad de la Giralda debieron su nueva vida los barros vidriados de Toledo y de Talavera de la Reina.

Nació en Jimena de la Frontera (Cádiz), el 11 de octubre de 1854, pero sus padres, Sebastián Aguado Serrano y doña Francisca Portillo Sánchez, lo mandaron a Sevilla cuando era muy niño y en esta ciudad aprendió el arte cerámico, empezando por el estudio del dibujo y del modelado en las clases de la Sociedad Económica de Amigos del País, de las que era profesor el escultor D. Manuel Gutiérrez Cano, en cuyo taller ingresó pronto de aprendiz con el propósito de consagrarse a la escultura. A los dieciséis años marchó a Barcelona, colocándose en la casa de los imagineros, hermanos Valmitjana, pero no tardó en regresar a la reina del Guadalquivir, y sintiéndose entonces deseos de hacerse ceramista, después de adiestrarse en las alfarerías de Triana, entró a trabajar en la fábrica de “La Cartuja”, en la que permaneció algún tiempo y se acabó de formar.

Para perfeccionarse se trasladó a otra fábrica de Nápoles, de ésta a otra de Génova, y de ésta a otra de Marsella, distinguiéndose en todas como fundidor de esmaltes y adquiriendo en ellas un pleno dominio de todos los procesos antiguos y novísimos. Cuando ya era un consumado maestro volvió a España en 1878, y después de descansar unos días al lado de su familia, levantó de nuevo el vuelo, marchándose a Portugal, en el que permaneció dos años, trabajando en las fábricas de Vista Alegre y de Caldas de Reinha hasta que, cansado de vagar por el extranjero, retornó definitivamente a la patria y se estableció en Madrid en 1886. Aquí hizo muchas obras para D. Arturo Mélida a la vez que desempeñaba los cargos de vaciador en yeso y de agregado al taller de cerámica de la escuela Superior de Artes y Oficios, para los que fue nombrado con fecha 11 de febrero de 1890, y muerto D. Guillermo Zuloaga pasó, en sustitución de éste, a ser maestro de taller en la misma Escuela Superior desde el 26 de octubre de 1893, al mismo tiempo que profesor del Círculo Católico de obreros del Corazón de Jesús. Desempeñando estas clases conquistó una mención honorífica en la sección de Arte Decorativo Escultórico de la Exposición Nacional de 1901, y al inaugurarse la Escuela de Artes y Oficios de Toledo en 1902, se encargó por indicación del citado Sr. Mélida de la enseñanza de Cerámica y Vidriería artísticas de este centro, como profesor interino desde el 14 de abril de aquel año, llegando a numerario por concurso el 5 de julio de 1904, año en que obtuvo una primera medalla en la sección de cerámica de la Exposición Nacional y en que fue nombrado Socio de Honor del Círculo de Bellas Artes de la Corte en la sesión del 8 de junio.

Ya residiendo en la ciudad imperial de Toledo (donde contrajo matrimonio con su insigne discípula y después colaboradora, doña María Luisa Villalba, premiada con tres menciones honoríficas en anteriores certámenes y con tercera medalla en la Exposición Nacional de 1924), al estudiar los vestigios de la antigua cerámica indígena que tan floreciente estuvo en otros tiempos, sintió deseos de imitarla, y al examen de sus ejemplares se dedicaba con el mayor ahinco cuando, con motivo de las obras de restauración que se hacían necesarias en el Alcázar, le propuso el teniente coronel de Ingenieros que las dirigía, D. Rafael Melendreras, que se encargase él de la parte relativa a la cerámica. Contrajo el compromiso de hacerlo y, el que hasta entonces sólo había producido en la Escuela, con y para sus alumnos, montó una fábrica particular, instaló sus hornos, dispuso de obreros y se proveyó de material abundante desde 1918.

La labor docente de Aguado había sido tan provechosa que en la Exposición nacional de 1913 obtuvo un diploma de primera medalla como profesor, en atención a los trabajos presentados por sus discípulos, que fueron los primeros operarios de su fábrica. La enumeración de las obras ejecutadas por él en la escultura, en la vidriería artística y en la cerámica, que es la que constituye su especialidad, ocuparía varias páginas de a folio. Concretándome a las más importantes, he de decir que al él se debe la preciosa decoración de escayola de las galerías y las tallas de madera policromadas de los artesonados del Alcázar, las tres soberbias vidrieras esmaltadas a gran fuego, que se admiran en el palacio de los marqueses de Santo Domingo del paseo madrileño de la Castellana número 6; los azulejos de los zócalos, imitación de los del siglo XVI, del Santuario de la Virgen del Valle, y de las galerías alta y baja del citado Alcázar, y los del siglo XVII del vestíbulo del Gobierno Militar; las tejas de colores esmaltados de los capiteles de las torres de la “Puerta de Bisagra”, la lápida a Rosales del paseo cortesano de su nombre y las ornamentaciones cerámicas más bellas de las estaciones del Metropolitano de la coronada villa, sobre todo las de la gran rotonda del despacho de billetes de la Central y la del primer vestíbulo de la de Antón Martín. Con motivo de la Exposición especial de obras suyas que se celebró en diciembre de 1920 en el salón del Círculo de bellas Artes, en la que se ocupó toda la prensa madrileña, decía entre otras cosas, Ángel Guerra en las columnas de “La Correspondencia de España”: “Aguado es un artista completo”.

Tiene una personalidad originalísima. Aún siendo el continuador de una tradición, es tan vario en sus concepciones y en sus procedimientos técnicos que se le puede considerar como un innovador a la moderna, si bien conservando todos los caracteres tradicionales. Los platos estilo hispano-árabes son un acierto de finalidad a la tradición. Parece que la prolongan en nuestro días. Al contemplarlos se vacila en afirmar que sean de fabricación moderna. El arte de los reflejos metálicos tiene en Aguado un continuador con innegable fortuna. El más experto pudiera ser víctima de un engaño ante las preciosidades que ha creado el talento perspicaz de Aguado…En los primeros vasos y platos de estilo mudéjar con su dibujo elegante y su policromía pictórica se advierte igual acierto artístico.” Hoy tiene Aguado sus talleres en su casa castillo, verdaderamente señorial, con sus muros almenados y aspecto de fortaleza, antiguo edifico que la tradición local señala como vivienda de la desgraciada Florina, a quien llamaron La Cava. “Allí (dice Manuel castaños y Montijano, en el número de la revista de arte Toledo, correspondiente al 15 de febrero de 1921) tiene su hogar lleno de dulce paz que disfruta al lado de su esposa y sus hijos; allí su taller, donde trabaja con varios operarios; los hornos de cocción repartidos en varios ángulos del extenso jardín, la sala de exposición de los objetos terminados y a la venta”. Allí trabaja, sigue diciendo el Sr. Castaños, “acompañado de su noble y distinguida esposa, la que sin desatender a los quehaceres de su casa y a la exquisita educación cristiana de sus hijos, con sus marfileños y delicados dedos y su alma de artista ayuda a su amado esposo en las primorosas labores de aquella fábrica en que se nota el vigor y la energía de D. Sebastián, combinados con la dulzura y las tonalidades tiernas de un sentimental corazón femenino, inspirándose ambos en los antiguos ideales de las bellas artes toledanas”. El benemérito ceramista ha sido jurado de la Exposición Nacional de 1906 y de la del Círculo de Bellas Artes de 1907; ha desempeñado cargos de vicedirector efectivo y de director accidental de la mencionada Escuela toledana varias veces, y es académico de número de la real de Bellas Artes y de Ciencias Históricas de Toledo. Hasta aquí la reseña del libro de D. José Cascales.

No disponemos aún de datos de la etapa final de su vida, tan sólo que falleció en 1933. Han sido continuadores de su legado su hijo José Aguado Villalba y su nieta Rosalina Aguado Gómez, de los cuales conocemos estudios sobre cerámica toledana que con mucho gusto incorporaremos a la página a la mayor brevedad posible.