Nace en Sevilla, el 2 de octubre de 1830, siendo bautizado en la parroquia de San Juan de la Palma, hijo de Tomas Arellano y Luque y Petra Oliver y Gamboa. Fue uno de los primeros promotores del renacimiento de la cerámica artística hispalense en la segunda mitad del siglo XIX. Aventajado alumno de la Escuela Provincial de Bellas Artes, vivía dedicado a la pintura de cuadros de historia y de género, cuando al despertarse entre sus amigos la afición a decorar barros vidriados, se dejó arrastrar por la corriente. En 1880 empezó a ensayarse en las fábricas de D. Francisco Díaz y de D. Manuel Soto y Tello con los más felices resultados. Sus enseñanzas las transmitió a su hijo, Manuel Arellano y Campos, del que supo hacer un verdadero maestro en su nuevo arte. Siendo un consumado ceramista se trasladó a la cercana localidad sevillana de Utrera, donde permaneció mucho tiempo dedicado a la pintura de cuadros al óleo, especialmente de asuntos religiosos, y luego regresó a Triana, a la fábrica de Mensaque, donde produjo obras que le dieron fama, entre ellas la reproducción del cuadro de Murillo Las aguas de Moisés, de la iglesia de la Caridad, reproducción que se puede contemplar en la casa de D. Eduardo Ybarra, y las decoraciones de infinidad de ánforas, tibores, platos, etc, de diversos tamaños y formas, sin abandonar la pintura al óleo de retratos, cuadros de costumbres y copias de Murillo, como las de Los Desposorios de Santa Catalina, El milagro de los panes y los peces, La Virgen de la Servilleta, San Antonio, etc. Cuando, afectado por una enfermedad de estómago y por el peso de los años se vio obligado a retirarse, se trasladó otra vez a Utrera en 1887, con su esposa y su hija Dolores, y allí permanecieron hasta 1893 en que por haber obtenido esta última una de las escuelas nacionales de Cádiz, se marcharon todos a esta capital, en la que murió su esposa en 1899. Viudo, sin otra compañía que la de su hija, permaneció en Cádiz hasta 1902 en que Dolores fue nombrada profesora de la Normal de Badajoz, donde se trasladó con ella. A pesar de sus achaques, tanto en Utrera como en Cádiz y en Badajoz, el viejo maestro continuó esgrimiendo los pinceles, alternando esta distracción con amenas lecturas y prácticas religiosas hasta el 1 de diciembre de 1906 en que entregó su alma a Dios, a consecuencia de una pulmonía infecciosa, teniendo el consuelo de estar rodeado de sus tres hijos, el citado Manuel, Emilio y Dolores, que acudieron a Badajoz avisados por su hermana. Cuando a los trece años de sepultarle se verificó su traslado al panteón familiar de Sevilla, su cuerpo estaba incorrupto. Fuente: Cascales Muñoz, José. Las Bellas Artes Plásticas en Sevilla, apuntes históricos y biográficos. Toledo, 1929. pp.120-121