Nace el 5 de Marzo de 1925 en la calle Ramón y Cajal, de la cercana localidad sevillana de San Juan de Aznalfarache. Frecuentaba el barrio de Triana, al que acudía de niño a vender fruta junto a su padre, fascinándole su ambiente. Sus dotes artísticas le llevaron a ingresar como aprendiz en 1944 en la Fábrica de la Cartuja, teniendo por maestro a D. José Jiménez y de compañeros a Rafael Bono, Manuel Gamero y Alejandro González. Allí conocería a la que iba a ser su mujer, que trabajaba como operaria. El matrimonio residiría siempre en Triana, primero en Pagés del Corro, luego en calle Castilla y por último en Josefa Ramos de la Orden. Abandona La Cartuja en 1953 y comienza a trabajar en el taller de Campitos en la antigua calle Aracena, donde había realizado algunos trabajos esporádicamente, más tarde regentado por su yerno Juan Lergo. También trabajó con el industrial Antonio Gimena Anaya en el taller del tejar de Joselito Ruiz, en calle Covadonga, junto a los ceramistas Antonio Hornillo y Antonio López, denominándose por entonces el taller “Cerámica Portaceli”. Por último, en el año 1970 fue maestro y encargado de la firma Ceramibérica, en Torreblanca, etapa muy importante, con abundante producción. En ella diseñó unos marcos con cenefa decorativa en cuerda seca y espejo central, luego imitada por varias firmas del sector. Allí permaneció hasta 1980. En estos años tenía también su taller particular en los altos de la calentería que existió en Chapina hasta el desahucio del edificio, montando taller en el Tejar del Moro (1985‑1991), en el que trabajó algún tiempo con sus tres hijos ‑Antonio (n.1953), José Enrique y Eduardo Caro Carrillo‑. Sólo Antonio continuaría colaborando con él. Es en estas décadas de 1970 y 1980 cuando efectúa numerosas obras por encargo del decorador Álvaro Satué, especialmente murales para nuevas Farmacias. Era admirador de ceramistas como Orce, Morilla, Kiernam, Macías y Enrique Mármol. Dominaba a la perfección la técnica del agua y la de cuerda seca, usando a veces, el aguarrás; también pintaba al óleo. No acostumbraba a firmar sus obras en cerámica. A pesar de ser un ceramista de reconocido prestigio, se lamentaba del escaso mérito concedido a la cerámica como arte decorativa y de los sinsabores recibidos a lo largo de su sacrificada vida de trabajo, opinión compartida por otros muchos compañeros. Ya jubilado, siguió matando el gusanillo realizando algunas obras para distraerse en su casa de la localidad de Tomares. Falleció en mayo del año 2000, siendo su última obra un retablo de la Inmaculada Concepción para la Hermandad del Gran Poder de Castilleja de la Cuesta (Sevilla). Fuente: entrevista personal con el ceramista, realizada por Martín Carlos Palomo García, ceramófilo sevillano, en 1990. Reportaje publicado por Antonio Carrasco Bernal, ceramófilo, en la Revista Triana núm. 27, octubre 1988, sobre Antonio Caro, titulado “Un ceramista de la vieja Escuela”.